De la censura a la quema de libros: las campañas que avanzan en EE. UU. para evitar que en las escuelas se lea sobre racismo, sexualidad y diversidad

En el «país de la libertad» queman y prohíben libros. Sí, en pleno siglo 21.

¿Quién lo hubiera dicho? La añeja y persistente propaganda que presenta a EE.UU. como el modelo a seguir suele esconder las falacias y contradicciones de un país en el que los grupos conservadores, que suelen ser muy poderosos, hoy están inmersos en un intenso lobby para evitar que sus hijos (y si pudieran, la población en general) tengan acceso a libros donde se hable del racismo que nunca ha dejado de existir; de la sexualidad y de la diversidad de géneros y de muchos otros temas que, consideran, dividen a la sociedad.

Todo vale. A principios de febrero, Greg Locke, un pastor de Tennessee, quemó los libros de Harry Potter y Crepúsculo. «Son influencias demoníacas», advirtió en la transmisión en vivo que hizo en Facebook para publicitar su campaña contra «la brujería y las cosas malditas».

Pobre Harry. Se ve que no lo quieren mucho en ese estado. Ya en 2019, a Escuela Católica St. Edward de Nashville había retirado de su biblioteca los libros de la popular saga por recomendación de exorcistas que aseguran que contiene «hechizos reales» que invocan «al maligno».

Entre la censura y la quema pasaron tres años. En el medio, el Consejo Escolar del condado de McMinn, también en Tenesse, prohibió Maus, relato de un superviviente, una novela gráfica ganadora del Premio Pulitzer en la que el historietista Art Spiegelman, cuenta con singulares y potentes imágenes la historia de su padre, quien fue víctima del Holocausto.

Podrían resultar anécdotas aisladas de uno de los tantos estados conservadores que hay en EE.UU., pero no. En este lapso, las campaña para retirar obras literarias de escuelas se propagaron por todo el país. Y en algunos casos la censura ya llegó al Poder Legislativo porque es promovida por congresistas locales y, por supuesto, republicanos.

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